sábado, 9 de febrero de 2013

LA TRAGEDIA DEL CAMPING DE LOS ALFAQUES. 11 de Julio de 1978. (1ª parte). Apocalipsis de fuego.



     Era una tarde sofocante, espesa y pesada en Madrid. Lo recuerdo perfectamente. Casi costaba trabajo respirar. Ardían las aceras y las fachadas de las casas y del suelo subía un calor extenuante que te descomponía el cuerpo. Y sin embargo estaba con un amigo, dando vueltas por el barrio, no sé para qué. Sudábamos a mares en las calles desiertas, sin ningún propósito, estúpidamente, hasta que en un momento dado decidimos entrar en una tienda de comestibles a comprar un helado o un refresco para mitigar el calor y gastar los cuatro duros que llevábamos encima. Sobre el mostrador de la tienda había un transistor encendido que emitía en ese momento un boletín de noticias. A decir verdad, sólo emitía una noticia, y bastante confusa, que se refería a un terrible accidente que acaba de suceder a quinientos kilómetros de allí y en el que, por lo visto, habían muerto en el acto más de cien personas. Era la tarde del martes 11 de Julio de 1978 y un camión cargado con gas propileno se había estrellado contra un camping en la provincia de Tarragona, en la nacional 340, provocando una explosión tan devastadora que incluso había hecho hervir el agua del mar en las orillas. El locutor iba repitiendo una y otra vez una letanía de lugares que yo no conocía salvo de oídas, San Carlos de la Rápita, Alcanar, Tortosa, Vinaroz..., topónimos que ya se me quedarían grabados en la memoria para siempre como auténticas evocaciones del fuego y la muerte, una geografía punzante del horror y la desgracia. Incluso veinte años después, cuando tuve la oportunidad de viajar por la zona, todavía volví a sentir escalofríos al recordar aquello. La historia de la tragedia del camping de los Alfaques, en la que finalmente murieron abrasadas doscientas quince personas y resultaron heridas de gravedad varios cientos más, es harto conocida hoy en día hasta en sus más mínimos detalles, salvo tal vez para los más jóvenes, pese a que han transcurrido desde entonces casi treinta y cinco años, un tiempo más que sobrado para el olvido. Yo, sin embargo, de cuando en cuando me acuerdo de aquel suceso espeluznante, seguramente porque me dejó en el subconsciente algún tipo de señal inadvertida que no he sido capaz de borrar. 


     No tiene mucho mérito, a estas alturas, dedicarle un reportaje en el blog a tan lejana catástrofe. Existen actualmente reseñas e informaciones sobre la misma en centenares o miles de blogs, foros, páginas web, videos, documentales, alguna película, y por supuesto en las hemerotecas digitales que pueden consultarse sin moverse de casa. Y desde luego es posible volver a ver aquellas espeluznantes fotografías de cadáveres carbonizados en grotescas posturas que vimos en su momento y que tanto nos llegaron a estremecer, pues nunca habíamos contemplado una cosa semejante. Hoy en día no se hubieran publicado. Sin embargo, después de varios días recopilando exhaustiva información digital sobre el suceso, he llegado a la conclusión de que todavía es factible enfocar el asunto desde una perspectiva diferente y relativamente inédita, supongo, no para descubrir nada nuevo, desde luego, pues los hechos son los que fueron, consumados e irremediables, y nadie los va a cambiar, pero sí para reflexionar sobre aspectos y circunstancias aparentemente marginales que quedaron relegados a un segundo o tercer plano, cuando no fueron directamente obviados, ante la fuerza imperativa de los detalles más relevantes -e impactantes- de la tragedia. 

     Sobre la tragedia del camping de Los Alfaques corrieron ríos de tinta en la prensa en su momento y en los años inmediatamente posteriores, y la cantidad de información generada es tan gigantesca que resulta imposible procesarla en su totalidad. Pero incluso en una revisión más o menos somera de ese inmenso cuerpo informativo se puede colegir que hubo contradicciones, falsedades, interpretaciones erróneas, puntos oscuros y preguntas sin responder. Yo no soy periodista y no investigo estos temas, pero el presente blog se ocupa de todas aquellas cuestiones relacionadas con la carretera, y aquel desastre fue el peor accidente de tráfico de todos los tiempos ocurrido en una carretera española, dado el alto número de víctimas, sin que se haya llegado a determinar nunca la causa precisa que lo provocó. Todas las hipótesis que se han contemplado hablan de un posible reventón de un neumático del camión, una distracción de su conductor, o bien una grave alteración del estado químico del propileno contenido en la cisterna (que rebasaba la capacidad técnica y legal de la misma, además), con incendio y explosión previa incluidos, lo que habría hecho ingobernable el vehículo y provocado su colisión contra el muro de cemento del camping, en el antiguo kilómetro 160 de la N-340. El único que podría haber aclarado estas hipótesis era, obviamente, el propio conductor del camión, pero se convirtió en el acto en la primera víctima mortal del suceso y a la vez en el principal culpable del mismo, según dictaminó la justicia (en un sumario de más de 5.000 folios), que jamás pudo condenarle. Y en realidad no era necesario, pues por desgracia ya le había condenado el destino, o la fatalidad, o su imprudencia o irresponsabilidad. O todo ello a un tiempo.


     Como es bien sabido, al estrellarse el camión se derramaron de inmediato las 24 toneladas de propileno que transportaba en la cisterna, cuatro más de las legalmente homologadas para esa cuba de transporte. Una vez liberado de su recipiente, el propileno, un gas no explosivo pero sí extremadamente inflamable, y que viajaba licuado a una temperatura de 185 grados centígrados bajo cero y sometido a una altísima presión, se inflamó al contacto con alguna chispa producida por la propia colisión del vehículo, provocando una deflagración colosal en la que se alcanzaron temperaturas superiores a los 2.000 grados centígrados en un radio de 500 metros. Una gigantesca bola de fuego, amplificada, además, por las sucesivas explosiones de las bombonas de butano y los depósitos de combustible de los automóviles de los campistas, arrasó en cuestión de segundos la mayor parte de la superficie del camping de Los Alfaques, carbonizando al instante a más de cien personas de las casi quinientas que acampaban en él. Quienes no murieron en el acto lo hicieron en los días y semanas posteriores, al sufrir gravísimas quemaduras de hasta el 80 y 90 por ciento de la superficie corporal, lesiones absolutamente incompatibles con la vida. Otras víctimas, envueltas en llamas, corrieron a sumergirse en el mar, en donde encontraron la muerte literalmente hervidas, pues la inmensa bola de fuego había alcanzado también las orillas llevando el agua al estado de ebullición. Familias enteras murieron mientras comían o dormían la siesta en sus tiendas cuando se desató el apocalipsis de fuego sobre Los Alfaques.

     La terrible catástrofe movilizó de inmediato no sólo a las fuerzas de seguridad y a los efectivos sanitarios de la zona, sino también a muchos vecinos de las inmediaciones, que dispusieron de sus vehículos para el traslado de los heridos a los hospitales y centros asistenciales más cercanos en Castellón, Vinaroz, Tortosa, Benicarló y San Carlos de la Rápita. El tráfico por la N-340 fue desviado para facilitar exclusivamente el transporte de las víctimas, de modo que la carretera se convirtió en este largo tramo de las provincias de Castellón y Tarragona en un vertiginoso corredor atestado de automóviles que circulaban de un lado a otro con pañuelos blancos en las ventanillas y ambulancias apresuradas que hacían sonar sus sirenas con estrépito. Y como las desgracias nunca vienen solas y parece que una desgracia llama a otra desgracia, una de aquellas ambulancias sufrió un accidente de tráfico en el que perecieron todos sus ocupantes, aunque la noticia pasó casi desapercibida ante la magnitud de la desgracia principal. Algunas horas más tarde se pudo disponer de medios aéreos para el tranporte de los heridos más graves a los hospitales de Valencia y Barcelona, únicas ciudades próximas que contaban con unidades de quemados. La noticia de la catástrofe dio rápidamente la vuelta al mundo, no sólo por lo dantesco y terrorífico del siniestro, sino porque buena parte de las víctimas eran turistas alemanes, franceses, británicos, belgas y holandeses que se encontraban de vacaciones en el camping, lo que provocó el bloqueo de los teléfonos de las embajadas ante la avalancha de llamadas de familiares desde el exterior. Apenas una hora después del suceso, a las 16´30, la Guardia Civil ya tenía contabilizados ciento cuarenta y cinco cadáveres, pero se esperaba que esa misma noche la cifra ascendiese a doscientos, pues muchos de los heridos estaban prácticamente desahuciados. Fueron falleciendo paulatinamente en las horas y días siguientes en un lento y dramático goteo estadístico del que se hicieron puntual eco los periódicos.


     Y como ya hemos comentado más arriba, tampoco la prensa le hizo ascos a publicar las espeluznantes fotografías de aquellos cadáveres carbonizados que yacían en el camping, como muñecos de cera negra, unos en posturas inverosímiles luchando por su vida, y otros simplemente en la postura natural en la que les había sorprendido la muerte, sin que hubieran tenido oportunidad de defenderse. Como es costumbre en este blog, nos abstendremos de mostrar tales imágenes aquí. Quien desee verlas puede encontrarlas en internet sin ningún problema. 

     Y hasta aquí la primera parte del reportaje, en donde hemos rememorado brevemente las dramáticas consecuencias del suceso que se produjo aquel 11 de Julio de 1978 en el camping Los Alfaques. En la segunda parte, próximamente, nos remontaremos a las horas previas a la tragedia para narrar paso a paso la película de los hechos, analizando algunos de los aspectos más oscuros y controvertidos del siniestro, y en especial los referidos al camión accidentado y a la biografía conocida de su malogrado chófer, entre otras cuestiones de sumo interés, es de esperar.

 

1 comentario:

  1. Que fácil es acusar a alguien que no se puede defender. El conductor no se estrelló sino que llevaba exceso de carga , al no dejar respiración entre la cisterna y el gas y a 40 grados se produjo la explosión . Como siempre la empresa el petról se encargó de que quedará como culpable el conductor por intereses economicos

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