jueves, 21 de febrero de 2013

LA TRAGEDIA DEL CAMPING DE LOS ALFAQUES. 11 de Julio de 1978. (2ª parte). El camión que sembró la muerte.





     Se trataba de un camión de la marca Pegaso, probablemente del modelo 1083, matriculado en Febrero de 1972 con placa de Madrid, M-7034-C. Fue precisamente en ese año cuando apareció esta moderna gama de camiones Pegaso, denominados cabina cuadrada, para actualizar el viejo catálogo de modelos del caballo alado, entre los que se encontraban los Comet y los popularmente conocidos como Cabezones, que llevaban ya bastantes años en el mercado. Los 1083 y el resto de los modelos denominados como cabina cuadrada eran unos camiones tecnológicamente avanzados y especialmente enfocados al transporte por carretera de larga distancia y gran tonelaje, y muy indicados, por tanto, para el arrastre de pesados remolques, semirremolques, contenedores y cisternas industriales. El que se estrelló en el camping Los Alfaques llevaba un semirremolque-cisterna, con matrícula M-07981-R, de 45 metros cúbicos de capacidad y una presión máxima permitida de 30 kilogramos por centímetro cúbico, medidas correctamente homologadas a las normas europeas del Código de Transportes de Productos Peligrosos por Carretera de la época (A.D.R.), según manifestó en las horas posteriores al accidente la empresa propietaria del vehículo, Cisternas Reunidas S.A., con sede principal en la localidad de El Palmar (Murcia), y delegaciones en la propia provincia de Tarragona. Sin embargo, algunos otros datos que facilitaron fueron incorrectos, como el año de fabricación del camión, que ellos estimaron en 1974 (y que por matrícula se correspondía a 1972, como hemos visto), y la marca de la cisterna, Fruehauf, que luego resultó no ser tal, pues este dato fue desmentido por la prensa, aunque no constase información alguna sobre la verdadera marca, o al menos nosotros no la hemos encontrado. Por otra parte, como veremos enseguida, tanto el camión (o cabeza tractora), como la cisterna, no eran propiedad exclusiva de la empresa citada, sino que al parecer se encontraban en un extraño período de condominio entre ésta y el conductor del camión, a quien le habían vendido a plazos ambos vehículos, estando parte de dichos plazos aún pendientes de pago.

 
     El conductor del camión se llamaba Francisco Imbernón Villena, tenía 50 ó 51 años, según diferentes fuentes consultadas, era natural de San Pedro del Pinatar (Murcia), y residía en Alcantarilla, en la misma provincia. Estaba casado y era padre de cuatro hijos. Sus dos hijas mayores estaban, a su vez, casadas con camioneros, y un tercer hijo pensaba dedicarse también a esta profesión recién finalizado su servicio militar. El cuarto hijo, menor de edad, acompañaba alguna vez a su padre en los viajes en el camión, aunque afortunadamente aquel fatídico 11 de Julio de 1978 no viajaba con él, información esta última facilitada escuetamente en un foro de internet por un usuario que dice estar casado con una nieta de Francisco Imbernón. Este camionero, al parecer, tenía larga experiencia como transportista, y con anterioridad, entre otras mercancías, había conducido camiones de pescado. Pero en su pasado más reciente también había varios puntos oscuros y alguna tragedia familiar de por medio: según ciertas informaciones no demasiado divulgadas, meses antes de la catástrofe de Los Alfaques había sido condenado por el Juzgado de Instrucción de Tortosa por un delito de imprudencias, sin que consten más detalles del mismo, y también por esa época un hermano suyo había fallecido arrollado precisamente por un camión.

     El terrible accidente del camping Los Alfaques vino a poner de manifiesto las notables precariedades de un país como España, todavía en vías de desarrollo y con grandes deficiencias en muchos aspectos estructurales en aquel tiempo, pese a acogerse a las directrices y supervisiones europeas al uso en las diferentes materias relacionadas con la seguridad. Un país en donde, además, las constantes negligencias en todos los ámbitos estaban a la orden del día sin que apenas fuesen perseguidas ni castigadas, pues solía hacerse la vista gorda. Por ejemplo, sin ir más lejos, el mismo camping casi doblaba su aforo máximo de campistas permitido por ley en el momento de la catástrofe. Una imprudencia menor en comparación con la peligrosa sobrecarga de gas propileno que llevaba la cisterna cuando se estrelló contra sus instalaciones, matando a centenares de personas. Los propios servicios sanitarios que acudieron al rescate estaban, asimismo, infradotados, y se vieron enseguida desbordados por la magnitud de los hechos, hasta el punto, como hemos comentado en la primera parte de este reportaje, de que buena parte del rescate y posterior traslado de los heridos quemados a los centros hospitalarios fue realizado por personas particulares en sus vehículos. Incluso un autobús convencional al que se le arrancaron los asientos participó también en el transporte de las víctimas. Las carreteras de la zona, en este caso principalmente la N-340, mostraron enseguida su escasa capacidad de tránsito, y más aún siendo época estival, de manera que los atascos las colapsaron de inmediato, demorando la rápida evacuación de los damnificados, como oportunamente destacó algún diario francés. En realidad era impensable esperar otra cosa.


     Pero la tragedia empezó a fraguarse aquella misma mañana, cinco horas antes y a un centenar de kilómetros de la playa de Los Alfaques, concretamente en La Pobla de Mafumet, en el cinturón industrial de Tarragona, en donde la empresa Enpetrol tenía la fábrica petroquímica que habría de surtir de gas propileno al camión de Cisternas Reunidas S.A. conducido por Francisco Imbernón. Este llegó a la factoría conduciendo en solitario el vehículo sobre las 10´15 horas, sin que conste cuál era su lugar de procedencia, bien la sede de la empresa en El Palmar (Murcia), bien la empresa El Paular, en Puertollano (Ciudad Real), otra factoría petroquímica receptora del cargamento de propileno suministrado en Tarragona -y que nunca alcanzaría su destino-, o bien el camionero no había realizado viaje alguno aquella mañana o en la madrugada anterior, pernoctando la noche de la víspera en las proximidades de la factoría de Enpetrol. Detalles aparentemente irrelevantes, pero que no lo son tanto si tenemos en cuenta que cualquiera de aquellos desplazamientos previos (casi 700 y 500 kms. de Puertollano y Murcia a Tarragona, respectivamente), de haber existido, habrían podido incidir de alguna manera en las condiciones psicofísicas del transportista (sueño, cansancio, falta de atención, distracciones al volante...) e influir posteriormente en el siniestro. Hasta ocho años después no se implantaría en España el tacógrafo obligatorio para los vehículos pesados, de modo que hasta entonces era frecuente que los camioneros cometieran todo tipo de excesos en su actividad laboral, conduciendo más horas de las recomendables y descansando entre una ruta y la siguiente menos de las necesarias, acuciados por los plazos de entrega de las mercancías y las necesidades económicas, sobre todo si eran propietarios autónomos. Francisco Imbernón lo era entonces y parecía, en efecto, acuciado por dificultades económicas derivadas de la reciente adquisición del camión y la cisterna a su empresa, que estaba pagando a plazos, como hemos mencionado con anterioridad y vamos a seguir viendo enseguida.

     Entre las 11 y las 11´20 horas el vehículo comenzó a cargar propileno en la factoría de Enpetrol, finalizando esta tarea sobre las 12´15 horas. Al parecer, no existía ningún instrumento para medir la cantidad de gas introducido en la cisterna, y tampoco los empleados de la refinería tenían ninguna obligación ni potestad en este asunto, siendo de la incumbencia exclusiva del conductor del camión el verificar su carga una vez efectuado el llenado de la cuba. Efectuado el pesaje en la báscula se comprobó que, efectivamente, la cisterna llevaba un importante exceso de carga de más de cuatro toneladas, pero como era una práctica habitual y consentida por los profesionales del transporte de mercancías peligrosas, nadie le concedió ninguna importancia. Hoy nos puede parecer de una temeridad criminal consentir ese sobrepeso en el transporte por carretera de un gas inflamable, inestable y sometido a un altísima presión para su traslado en cisterna. Una cisterna en la que, además, como descubrió el propio conductor, acababa de aparecer una abolladura junto a un punto de soldadura de la misma. Pero estábamos en España, en 1978, y la mentalidad era muy distinta a la actual. Media hora antes de emprender el trágico viaje, algunos testigos, trabajadores de la refinería, recuerdan haber escuchado a Francisco Imbernón discutir con alguien acaloradamente por teléfono solicitando dinero y advirtiendo de la abolladura del tanque. El chófer le había comprado a plazos a su empresa, Cisternas Reunidas S.A., tanto el camión Pegaso como la cisterna cuatro meses antes, por un importe total de 868.750 ptas. (5.221 €), a pagar en 18 mensualidades, aportando una entrada inicial de 150.000 ptas. (901 €). Hasta la fecha del siniestro había abonado ya dos letras por un importe de 68.000 ptas.(408 €), y debía abonar la tercera (40.625 ptas. ó 244 € actuales) con fecha del 20 de Julio de ese año. De este modo se acabaría convirtiendo en autónomo, si bien la empresa seguía mandando sobre la actividad del vehículo hasta que estuviera completamente pagado. Por consiguiente, parece ser que el chófer estaba de un modo u otro acuciado por los problemas económicos ocasionados por esta operación comercial. Una extraña relación laboral la de este trabajador con la empresa, por otra parte, pues después de causar baja en la misma durante algún tiempo, como consecuencia de una sentencia condenatoria por imprudencias, que ya hemos mencionado, fue readmitido sin problemas para realizar una tarea, como la del transporte de mercancías peligrosas por carretera, para la que no estaba cualificado, pues al parecer no había recibido la capacitación profesional pertinente y desconocía los riesgos del material transportado.


     Por fin, a las 12´35 horas, después de firmar la documentación reglamentaria sobre la recepción y transporte de la carga, salió a la carretera con destino a Puertollano, sede de la empresa petroquímica El Paular, un viaje de casi 700 kilómetros de distancia. Curiosa e incomprensiblemente aquella empresa también fabricaba gas propileno, pero por alguna desconocida razón industrial o comercial recurría a los suministros de Enpetrol, en Tarragona. Pese a la larga distancia a cubrir, el chófer no tomó la autopista, o por lo menos la tomó en algún tramo muy corto para abandonarla después y seguir circulando por la N-340. Muchos transportistas de la época desdeñaban las autopistas, en primer lugar porque debían pagar los peajes de su bolsillo, y en segundo porque tradicionalmente siempre habían circulado por carreteras generales, antes de la reciente construcción -entonces- de la mayoría de las autopistas españolas, y ello iba asociado a unas costumbres consolidadas, como los descansos, las comidas, los puntos de repostaje de combustible, etc. Aquel 11 de Julio de 1978 era un día extremadamente caluroso en la provincia de Tarragona, con temperaturas cercanas a los 30 grados centígrados, una circunstancia que pronto empezó a alterar las condiciones de transporte seguro del propileno en la cisterna, pues al no disponer de válvulas de seguridad e ir sobrellenada con un exceso de cuatro toneladas, no quedaba espacio libre en la cuba para contener una posible dilatación del gas, que viajaba congelado a -185 grados centígrados. Algunos detalles más que se conocieron en su momento acerca de esta ruta mortal emprendida por Francisco Imbernón y su Pegaso cabina cuadrada hablan de las largas travesía que hicieron a través de los cascos urbanos de Tarragona, Tortosa y San Carlos de la Rápita, siguiendo el trazado original de la N-340, absolutamente saturado de tránsito en las primeras horas de aquella tarde estival en una comarca litoral y turística por antonomasia como esta. Pero también se suscitaron controversias acerca de si debía ir acompañado por un segundo conductor o no, y al parecer no había nada reglamentado al respecto. Un segundo conductor, por otra parte, no hubiera evitado tampoco el accidente, todo lo más no habría hecho sino incrementar el número de víctimas. Anteriormente, aunque al parecer sin consecuencias graves, ya habían sufrido varios percances en la zona algunos camiones cargados con mercancías peligrosas, unos estrellándose contra edificios al borde de la carretera, otros derramando sus mercancías tóxicas en la calzada. La N-340 entre Tarragona y Valencia era una especie de largo corredor o pasillo de alto riesgo de centenares de kilómetros por el que circulaban diariamente miles de camiones transportando toneladas y toneladas de peligrosos productos petroquímicos y toda clase de venenos industriales sólidos, líquidos o gaseosos. Un trayecto maldito en el que podía producirse en cualquier momento una tragedia de proporciones monstruosas.

     A las 14´36 horas del martes 11 de Julio de 1978, se consumó el desastre. La hora quedó puntualmente registrada en el propio reloj de pulsera del camionero Francisco Imbernón, según oportuna fotografía de un periodista gráfico que estuvo en el lugar de los hechos. Sorprendentemente el reloj, aunque parado, permanecía intacto sobre la muñeca carbonizada del transportista, primera víctima de la catástrofe, cuyo cuerpo completamente quemado e irreconocible fue localizado en las proximidades de la cabina del camión. Hemos omitido todas las fotografías truculentas que se publicaron sobre el suceso, pero no omitiremos esta, dado su interés y su (relativamente) menor impacto visual:

 
     Según algunas hipótesis, se produjo una primera explosión en la cisterna mientras circulaba por la carretera, lo que precipitó el vehículo contra las tapias del camping Los Alfaques, provocando el vertido del propileno y la posterior deflagración que causó la tragedia. Según otras hipótesis, y aunque se admite que hubo al menos dos explosiones, estas se produjeron una vez que el camión había impactado contra el camping, y no antes, de lo que cabe deducir que la pérdida de control del vehículo por parte de su conductor fue debida a causas ajenas previas a las explosiones, llegándose a sugerir incluso un reventón en un neumático o una distracción del chófer. Sea como fuere, y sin entrar en ningún análisis detallado sobre esta cuestión, lo cierto es que la cisterna y la cabeza tractora quedaron separadas cientos de metros entre sí después del accidente. En la siguiente imagen podemos ver la cabina del camión, supuestamente un Pegaso 1083, volcada en los alrededores del camping. Hay quien afirma que durante muchos años estuvo abandonada en un descampado próximo sin que nadie se ocupase de hacerla desaparecer.

 
     Han transcurrido casi 35 años desde aquella lamentable desgracia que se llevó por delante la vida de cientos de personas. Se ha escrito y hablado sobre ella todo lo necesario y debido, y aún más, y sin embargo no deja de tener de cuando en cuando alguna relevancia mediática sensacionalista en la televisión y en internet, obviando cualquier consideración técnica o científica, por supuesto, para incidir, en cambio, en disparatados enfoques parapsicológicos y fantasías espiritistas, tan propios de las mal denominadas ciencias ocultas (cuando la verdadera ciencia representa precisamente todo lo contrario, el conocimiento y el saber perfectamente transparentes y visibles para quien quiera conocerlos). Como tantas otras veces ante sucesos semejantes, para estos gurús del más allá desconocido se multiplican como por ensalmo, cuando a ellos les interesa comercialmente o persiguiendo algún afán de notoriedad, los fenómenos paranormales, las psicofonías y los fantasmas que deambulan desorientados por los arcenes de las carreteras. En este caso en bañador y por la N-340. En fin, este es un blog serio, o aspira a serlo, de modo que dejaremos aquí el tema. 

     Y para terminar, una última imagen, capturada de Google Maps: el camping Los Alfaques en la actualidad. Como puede apreciarse en la fotografía, se ha colocado un guardarraíl de los denominados de doble bionda, a modo de protección. No serviría de mucho si un camión de gran tonelaje impacta contra él, pero ahora el transporte por carretera de mercancías peligrosas se realiza por autopista en su mayor parte. Es de esperar, y lo esperamos todos, que sucesos como los ocurridos aquel trágico día de Julio no se vuelvan a repetir en ninguna parte.

     

sábado, 9 de febrero de 2013

LA TRAGEDIA DEL CAMPING DE LOS ALFAQUES. 11 de Julio de 1978. (1ª parte). Apocalipsis de fuego.



     Era una tarde sofocante, espesa y pesada en Madrid. Lo recuerdo perfectamente. Casi costaba trabajo respirar. Ardían las aceras y las fachadas de las casas y del suelo subía un calor extenuante que te descomponía el cuerpo. Y sin embargo estaba con un amigo, dando vueltas por el barrio, no sé para qué. Sudábamos a mares en las calles desiertas, sin ningún propósito, estúpidamente, hasta que en un momento dado decidimos entrar en una tienda de comestibles a comprar un helado o un refresco para mitigar el calor y gastar los cuatro duros que llevábamos encima. Sobre el mostrador de la tienda había un transistor encendido que emitía en ese momento un boletín de noticias. A decir verdad, sólo emitía una noticia, y bastante confusa, que se refería a un terrible accidente que acaba de suceder a quinientos kilómetros de allí y en el que, por lo visto, habían muerto en el acto más de cien personas. Era la tarde del martes 11 de Julio de 1978 y un camión cargado con gas propileno se había estrellado contra un camping en la provincia de Tarragona, en la nacional 340, provocando una explosión tan devastadora que incluso había hecho hervir el agua del mar en las orillas. El locutor iba repitiendo una y otra vez una letanía de lugares que yo no conocía salvo de oídas, San Carlos de la Rápita, Alcanar, Tortosa, Vinaroz..., topónimos que ya se me quedarían grabados en la memoria para siempre como auténticas evocaciones del fuego y la muerte, una geografía punzante del horror y la desgracia. Incluso veinte años después, cuando tuve la oportunidad de viajar por la zona, todavía volví a sentir escalofríos al recordar aquello. La historia de la tragedia del camping de los Alfaques, en la que finalmente murieron abrasadas doscientas quince personas y resultaron heridas de gravedad varios cientos más, es harto conocida hoy en día hasta en sus más mínimos detalles, salvo tal vez para los más jóvenes, pese a que han transcurrido desde entonces casi treinta y cinco años, un tiempo más que sobrado para el olvido. Yo, sin embargo, de cuando en cuando me acuerdo de aquel suceso espeluznante, seguramente porque me dejó en el subconsciente algún tipo de señal inadvertida que no he sido capaz de borrar. 


     No tiene mucho mérito, a estas alturas, dedicarle un reportaje en el blog a tan lejana catástrofe. Existen actualmente reseñas e informaciones sobre la misma en centenares o miles de blogs, foros, páginas web, videos, documentales, alguna película, y por supuesto en las hemerotecas digitales que pueden consultarse sin moverse de casa. Y desde luego es posible volver a ver aquellas espeluznantes fotografías de cadáveres carbonizados en grotescas posturas que vimos en su momento y que tanto nos llegaron a estremecer, pues nunca habíamos contemplado una cosa semejante. Hoy en día no se hubieran publicado. Sin embargo, después de varios días recopilando exhaustiva información digital sobre el suceso, he llegado a la conclusión de que todavía es factible enfocar el asunto desde una perspectiva diferente y relativamente inédita, supongo, no para descubrir nada nuevo, desde luego, pues los hechos son los que fueron, consumados e irremediables, y nadie los va a cambiar, pero sí para reflexionar sobre aspectos y circunstancias aparentemente marginales que quedaron relegados a un segundo o tercer plano, cuando no fueron directamente obviados, ante la fuerza imperativa de los detalles más relevantes -e impactantes- de la tragedia. 

     Sobre la tragedia del camping de Los Alfaques corrieron ríos de tinta en la prensa en su momento y en los años inmediatamente posteriores, y la cantidad de información generada es tan gigantesca que resulta imposible procesarla en su totalidad. Pero incluso en una revisión más o menos somera de ese inmenso cuerpo informativo se puede colegir que hubo contradicciones, falsedades, interpretaciones erróneas, puntos oscuros y preguntas sin responder. Yo no soy periodista y no investigo estos temas, pero el presente blog se ocupa de todas aquellas cuestiones relacionadas con la carretera, y aquel desastre fue el peor accidente de tráfico de todos los tiempos ocurrido en una carretera española, dado el alto número de víctimas, sin que se haya llegado a determinar nunca la causa precisa que lo provocó. Todas las hipótesis que se han contemplado hablan de un posible reventón de un neumático del camión, una distracción de su conductor, o bien una grave alteración del estado químico del propileno contenido en la cisterna (que rebasaba la capacidad técnica y legal de la misma, además), con incendio y explosión previa incluidos, lo que habría hecho ingobernable el vehículo y provocado su colisión contra el muro de cemento del camping, en el antiguo kilómetro 160 de la N-340. El único que podría haber aclarado estas hipótesis era, obviamente, el propio conductor del camión, pero se convirtió en el acto en la primera víctima mortal del suceso y a la vez en el principal culpable del mismo, según dictaminó la justicia (en un sumario de más de 5.000 folios), que jamás pudo condenarle. Y en realidad no era necesario, pues por desgracia ya le había condenado el destino, o la fatalidad, o su imprudencia o irresponsabilidad. O todo ello a un tiempo.


     Como es bien sabido, al estrellarse el camión se derramaron de inmediato las 24 toneladas de propileno que transportaba en la cisterna, cuatro más de las legalmente homologadas para esa cuba de transporte. Una vez liberado de su recipiente, el propileno, un gas no explosivo pero sí extremadamente inflamable, y que viajaba licuado a una temperatura de 185 grados centígrados bajo cero y sometido a una altísima presión, se inflamó al contacto con alguna chispa producida por la propia colisión del vehículo, provocando una deflagración colosal en la que se alcanzaron temperaturas superiores a los 2.000 grados centígrados en un radio de 500 metros. Una gigantesca bola de fuego, amplificada, además, por las sucesivas explosiones de las bombonas de butano y los depósitos de combustible de los automóviles de los campistas, arrasó en cuestión de segundos la mayor parte de la superficie del camping de Los Alfaques, carbonizando al instante a más de cien personas de las casi quinientas que acampaban en él. Quienes no murieron en el acto lo hicieron en los días y semanas posteriores, al sufrir gravísimas quemaduras de hasta el 80 y 90 por ciento de la superficie corporal, lesiones absolutamente incompatibles con la vida. Otras víctimas, envueltas en llamas, corrieron a sumergirse en el mar, en donde encontraron la muerte literalmente hervidas, pues la inmensa bola de fuego había alcanzado también las orillas llevando el agua al estado de ebullición. Familias enteras murieron mientras comían o dormían la siesta en sus tiendas cuando se desató el apocalipsis de fuego sobre Los Alfaques.

     La terrible catástrofe movilizó de inmediato no sólo a las fuerzas de seguridad y a los efectivos sanitarios de la zona, sino también a muchos vecinos de las inmediaciones, que dispusieron de sus vehículos para el traslado de los heridos a los hospitales y centros asistenciales más cercanos en Castellón, Vinaroz, Tortosa, Benicarló y San Carlos de la Rápita. El tráfico por la N-340 fue desviado para facilitar exclusivamente el transporte de las víctimas, de modo que la carretera se convirtió en este largo tramo de las provincias de Castellón y Tarragona en un vertiginoso corredor atestado de automóviles que circulaban de un lado a otro con pañuelos blancos en las ventanillas y ambulancias apresuradas que hacían sonar sus sirenas con estrépito. Y como las desgracias nunca vienen solas y parece que una desgracia llama a otra desgracia, una de aquellas ambulancias sufrió un accidente de tráfico en el que perecieron todos sus ocupantes, aunque la noticia pasó casi desapercibida ante la magnitud de la desgracia principal. Algunas horas más tarde se pudo disponer de medios aéreos para el tranporte de los heridos más graves a los hospitales de Valencia y Barcelona, únicas ciudades próximas que contaban con unidades de quemados. La noticia de la catástrofe dio rápidamente la vuelta al mundo, no sólo por lo dantesco y terrorífico del siniestro, sino porque buena parte de las víctimas eran turistas alemanes, franceses, británicos, belgas y holandeses que se encontraban de vacaciones en el camping, lo que provocó el bloqueo de los teléfonos de las embajadas ante la avalancha de llamadas de familiares desde el exterior. Apenas una hora después del suceso, a las 16´30, la Guardia Civil ya tenía contabilizados ciento cuarenta y cinco cadáveres, pero se esperaba que esa misma noche la cifra ascendiese a doscientos, pues muchos de los heridos estaban prácticamente desahuciados. Fueron falleciendo paulatinamente en las horas y días siguientes en un lento y dramático goteo estadístico del que se hicieron puntual eco los periódicos.


     Y como ya hemos comentado más arriba, tampoco la prensa le hizo ascos a publicar las espeluznantes fotografías de aquellos cadáveres carbonizados que yacían en el camping, como muñecos de cera negra, unos en posturas inverosímiles luchando por su vida, y otros simplemente en la postura natural en la que les había sorprendido la muerte, sin que hubieran tenido oportunidad de defenderse. Como es costumbre en este blog, nos abstendremos de mostrar tales imágenes aquí. Quien desee verlas puede encontrarlas en internet sin ningún problema. 

     Y hasta aquí la primera parte del reportaje, en donde hemos rememorado brevemente las dramáticas consecuencias del suceso que se produjo aquel 11 de Julio de 1978 en el camping Los Alfaques. En la segunda parte, próximamente, nos remontaremos a las horas previas a la tragedia para narrar paso a paso la película de los hechos, analizando algunos de los aspectos más oscuros y controvertidos del siniestro, y en especial los referidos al camión accidentado y a la biografía conocida de su malogrado chófer, entre otras cuestiones de sumo interés, es de esperar.